Cuando al minuto 90 se anunció el cambio de Rafael Márquez por Édgar Zaldívar el Estadio Jalisco se rindió a los pies de uno de los jugadores más grandes del futbol mexicano. Irónicamente los aficionados rojinegros no querían que terminara el partido, a pesar de ir venciendo al odiado rival y que la diferencia era mínima, pues sabían que el silbatazo del árbitro significarían los últimos minutos de Rafa en ese inmueble.
La despedida en el Jalisco fue de grandes proporciones, pero apenas lo justo para un hombre que puso en alto el nombre de México y que nunca olvidó sus colores. Y es que Márquez regresó al Atlas para cumplir una promesa que había hecho hace años atrás y que muchos pensábamos que ya no ocurriría, restableciendo(me) la fe en ese cada vez más extraño sentimiento llamado amor a la camiseta.
En 2013 varios aficionados (yo entre ellos) pegamos el grito en el cielo porque Márquez regresaba al futbol mexicano con el León y no con los Rojinegros, tachándolo de vendido, traidor y demás, no obstante, lo que no sabíamos en ese entonces es que aún no era el momento de decir adiós, que todavía le quedaba cuerda suficiente para levantar un par de títulos más, jugar una cuarta Copa del Mundo y volver a Europa, para finalmente, ahora sí, regresar a donde todo comenzó y demostrar que tiene palabra.
La última vez que Rafa portó la casaca rojinegra fue aquella tarde de 1999 en Toluca, en donde él y esa generación dorada que asombró al futbol mexicano se quedó a un penal de levantar el título, desde ese entonces, Márquez ha dado la vuelta olímpica en innumerables ocasiones, mientras que paradójicamente los de la Academia no han podido ni siquiera regresar a una Final.
Se dice que cuando terminó la Copa América del 99 los visores franceses le preguntaron a Bielsa quién era el mejor central del certamen, creyendo que el ‘Loco’ les diría que un argentino o un uruguayo, sin embargo, el estratega les dijo que la persona que buscaban no se encontraba en Sudamérica sino en Guadalajara jugando para el Atlas. Así, sorpresivamente Rafa partió hacia Francia con el Mónaco, en donde pocos auguraban su gran éxito.
En 2003 sorprendió aún más al llegar a Barcelona junto con Ronaldinho para convertirse en uno de los mejores defensas del mundo, ganando prácticamente TODO con los blaugranas y siendo un titular indiscutible cuando las lesiones no lo afectaban. A su salida del cuadro catalán llegó a la MLS con los Red Bulls de Nueva York, club en donde nunca se le vio cómodo ni pudo demostrar la calidad que tenía.
Cuando regresó a México con ‘La Fiera’ muchos pensaban que era sólo para retirarse, sin embargo, el zamorano tomó un segundo aire que le hizo lograr un bicampeonato con los panzas verdes y regresar a la Selección. Por si esto fuera poco, una vez concluido el Mundial de Brasil 2014, el zaguero se iría nada más y nada menos que a Italia, la tierra donde se producen los mejores defensas del mundo, a jugar con el Hellas Verona.
Tuvieron que pasar 16 años para que Rafa volviera al equipo que lo vio nacer, más por cariño que por otra cosa, confirmándose así el regreso del hijo pródigo de los rojinegros.
De Márquez sus detractores siempre sólo mencionan sus expulsiones en Selección, sin embargo, no hablan de los títulos que ganó con el Tri, ni que es de los pocos jugadores aztecas con cuatro copas del mundo a cuestas (en todas ellas como capitán), ni mucho menos de sus goles en tres mundiales consecutivos a pesar de ser defensa. Asimismo, parece que se les olvida que fue Rafa quien marcó el tanto con el cual México se quitó la jetatura de Estados Unidos en Columbus.
Ahora, Rafa buscará meterse entre los 23 jugadores que irán a Rusia 2018 y de esta manera terminar con broche de oro su excelsa carrera con cinco Copas del Mundo, pero aún si no llegará a ir, puede irse tranquilo, a sabiendas que ningún otro jugador mexicano ha ganado más títulos que él a nivel colectivo y que su legado perdurará por siempre.
Gracias Rafa, por tu compromiso, calidad, entrega y profesionalismo, pero sobre todo GRACIAS (como aficionado rojinegro) por ser del Atlas y demostrar que el amor a la camiseta aún existe.